miércoles, 24 de noviembre de 2010

La liturgia del PRI


El PRI institucionalizó la Revolución. En su ensayo ¿Un siglo de Revolución o la Revolución de hace un siglo? (Nexos, Noviembre 2010) Javier Garciadiego, historiador y presidente de El Colegio de México; dibuja cinco etapas. Una primogénita etapa épica, la década de las grandes batallas y los bravos caudillos.

Después, la etapa proteica, los cimientos del estado mexicano posrevolucionario, los años donde se agrupan y se disciplinan los generales revolucionarios para repartirse el poder, cuando germina ese discurso legitimador desde el nacionalismo, el agrarismo, el reparto de parcelas, la justicia social.

Una tercera sería la etapa institucionalizante. 1946 y el nacimiento del Partido Revolucionario Institucional como tal, la llegada de los civiles al poder presidencial con Miguel Alemán Valdez, el relevo generacional con los llamados “Cachorros de la Revolución”. Etapa que duraría hasta el fin del sexenio de la abundancia fallida, el de López Portillo, autodenominado “Ultimo Presidente de la Revolución”.

Después, en el discurso político la palabra Revolución sería sustituida por diversos fetiches, a modo o conveniencia: Renovación Moral, Modernidad, Solidaridad, Liberalismo Social, Sana Distancia, Participación Ciudadana; palabras rotundas todas, grandotas, barrocas como catedral.

Pero quiero detenerme en esta etapa institucionalizante, y recrear ese modus folklórico que parece regresar por sus fueros.

La liturgia priísta. El conjunto de signos, señales, claves, valores entendidos, frases lapidarias, ritos, y rituales, que todo aspirante a los beneficios de la justicia revolucionaria cual pasajero del carro completo, debía conocer y perfeccionar.

Por ejemplo, cualquier político de esas épocas dominaba un amplio repertorio de abrazos: uno para el candidato ungido, incondicional y fraterno. Otro para el enemigo político, frio, distante, respetuoso, y “de usted”. En medio de ellos varios, donde la calidez y la sonoridad de los palmoteos en la espalda se dosificaban con cirujana precisión, con algebraico calculo futurista.

Ahhh, y las frases, deliciosas todas: “En política, la moral es un árbol que da moras”, “La política es el arte de lavarse las manos con agua sucia” “Ni los veo ni los oigo” “México debe prepararse para administrar la abundancia” “Un político pobre es un pobre político” “Defenderé el peso como un perro” “En México no existen presos políticos, solo delincuentes comunes”

Y los llamados “Jilgueros” jóvenes de verbo florido y de oratoria incendiaria. Los teloneros en aquellos multitudinarios mítines de lonche y de cachucha, quienes a punta de lugares comunes evidenciaban su ambición y su capacidad para pertenecer a la nomenklatura.

El político de base popular, cuya pesadilla recurrente era que le fuera arrebatada la repartición de las despensas, la capacidad de condonar multas y recargos, el poder de engordar nominas gubernamentales incorporando a los amigos y cooptando al mas gritón del graderío, o perder la comisión del contratista en el siempre clásico “Haga obras compadre”.

Pero esto no es un juicio sumario, sino un ejercicio lúdico, hasta cariñoso diríamos. La liturgia priísta tiene aun varios demonios por exorcizar en su proceso de reconstrucción, que bien podría relanzarse simbólicamente a partir del Centenario de la Revolución Mexicana.

(Publicado en La Opinión Milenio. Domingo 21 de Noviembre de 2010)

No hay comentarios: