lunes, 30 de agosto de 2010

Unir los puntos


En 2005 Steve Jobs dio una conferencia en la Universidad de Stanford. Ahí, ante jóvenes ansiosos por escuchar recomendaciones para volverse multimillonarios y visiblemente dispuestos a sonsacarle algunas claves para fundar empresas de la talla de Apple y de Pixar; Jobs únicamente hablo sobre la educación.

Y utilizó una frase: “Unir los puntos” Explicándoles que ningún conocimiento sobra, pues todo lo que aprendemos terminará siéndonos útil o divertido.

Ejemplificaba diciendo que durante sus años universitarios inscribió un curso de caligrafía sin preguntarse alguna vez ¿Y esto para que servirá en mi futuro? Gracias a ello, afirmó, la Macintosh pudo ser la primera computadora con tipografías bellas.

Por supuesto solo existe un Steve Jobs, pero todos hemos sentido eso de unir los puntos. Vamos conversando, escuchando, y leyendo sobre muchas cosas, y repentinamente entendemos, encontramos sentido y significado.

Compartiré un ejemplo reciente derivado de mi ocio, (por cierto, ocio significa el tiempo necesario para la recreación, para la reinvención; a diferencia de ociosidad que es no tener algo que hacer)

Bueno, bueno. Stop. Rebobino el rollo, y vuelvo a empezar. Reinicio ahora sin definiciones no pedidas, y sin introducir precauciones ante eventuales acusaciones de cursilería, madurez nostálgica, o memoria selectiva.

A propósito de la muerte de Roberto Cantoral, hace algunos días escuche en youtube a José José cantar “El Triste”, en el Festival de la Canción Latina edición 1970. ¡Qué bárbaro! Potentes cuerdas vocales que impresionaban a cualquiera.

Luego recordé que Rafael Pérez Gay, (no confundir con Rafael Pérez Botija) en su libro “Nada es para siempre” inventa o recrea el episodio de un cuarentón quien durante una borrachera, debate con sus sobrinos adolescentes sobre los gustos musicales inter-generacionales, y cuando se siente ya perdido, sin argumentos, termina amenazando con obligarles a escuchar completo el doble disco de oro del Príncipe de la Canción.

También Monsiváis, (quien sabemos habló y escribió de todo) en una entrevista que le hacen a propósito del seminario “Cultura popular y cultura masiva en el México contemporáneo” afirmó:

“Para que alguien pueda considerarse estrella en México necesita no depender de la televisión. Que su público no se forme a partir de la televisión. Llenar palenques, estadios, cabarets, allí donde se presente. José José no depende de la televisión”

Después acudo a José Joaquín Blanco, quien en su libro “Un chavo bien helado” escribió:

“No se entiende la vida urbana de México durante los últimos quince años, ni la mentalidad de dos o tres generaciones, sin la voz de José José. Probablemente no fue el primero de los cantantes románticos que acabaron con la inocencia… José José empezó a cantarle ya no a la novia popotitos, sino a una — ¡oh!— amante… Entre la bragueta y el corazón no debía existir conflicto. Aunque la poesía siempre sabe que una y otro frecuentemente siguen caminos diversos, en la utopía sentimental el corazón manda, el sexo obedece, y la música pone todo en inmarcesible armonía”

Ya entrado, (quiero decir inmerso) me pongo a leer de la editorial Cal y Arena, el libro “Y sin embargo yo te amaba” una compilación donde doce escritores de la talla de Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, y Luis Miguel Aguilar, lúdicamente construyen una narrativa alrededor de también una docena de canciones ineludibles de José José. Será, La nave del olvido, Me basta, Volcán, Gavilán o Paloma. Lo pasado, pasado. Una mañana.

Y para quien desee convertir esta lectura en una experiencia multimedia, vale intercalar, sin pudor alguno, la escucha del doble disco de oro del Príncipe de la Canción.

(Publicado en La Opinión Milenio. Domingo 29 de Agosto de 2010)

No hay comentarios: