miércoles, 4 de agosto de 2010

El túnel del túnel


No, no se trata de plagiar la cabeza de José Joaquín Blanco. A mediados de los años ochenta lo leí por vez primera. Un Chavo Bien Helado, y Función de Medianoche; ambos libros en edición económica, muy baratos, de esa serie llamada “Lecturas Mexicanas” que la Dirección General del Publicaciones y Medios de la SEP vendía incluso afuera de las estaciones del Metro.

Tantos han escrito sobre la Ciudad de México. Así, a vuelo de pájaro, recuerdo la elegancia de Fuentes, la onda de José Agustín, la crónica de Poniatowska, la ironía de Monsiváis, y al antro-nauta Xavier Velasco.

Pero Blanco… Blanco siempre me ha parecido que escribe para el desaliento. Para esa resignación agridulce que provoca un amor que se sabe que tal vez no, pero se espera que tal vez si, tenga compostura.

Disculpe el lector este ejemplo; como si en plena boda, una tía de esas imprudentotas, tan claridosa como cariñosa; gritara con entusiasmo a la novia: ¡Hija, te ves tan hermosa con tu vestido! ¡Ojala y se te quite lo puta! Lo mismo le ha dicho Blanco a la ciudad, al país entero.

Pues bien, cargué con dichos libros en este viaje. Porque quise re-leerlos tal como ahora mismo lo hago, viendo El Ángel de la Independencia desde el piso diez del María Isabel.

Confieso que estoy empecinado, que me he obsequiado un permiso para encontrar alguna alegría intima, personalísima, con este llamado Bicentenario.

Y no. No es un optimismo ramplón que contradiga a mis queridos, realistas, y siempre bien enterados amigos. Sean ellos de izquierdas, de derechas, intelectuales, traileros, políticos, periodistas, empresarios, profesores, publicistas, banqueros, o boxeadores, (Esto ya parece letra de la Sonora Santanera). Cargo, como ellos, también tristeza, temor, y mucho coraje.

Hace ya muchos años, me dijo mi padre que conforme fuera creciendo me daría cuenta de que la felicidad tendría que ver más con mi voluntad, que con mis circunstancias.

Le creí, y le sigo creyendo.

Aquí, estos días, intento que mi hijo Heriberto no se quede únicamente con la idea de que su país es solo el de los atrasos, el de los narcos y de los sicarios, el de las matanzas, el del desempleo, el de la corrupción, el de la falta de oportunidades.

Estoy mostrándole nuestra Bandera en el Zócalo, Palacio Nacional, Bellas Artes, Chapultepec, El Museo de Antropología, El Estadio Azteca, La Biblioteca de C.U. El Metro, La Torre Latinoamericana, La del Caballito, La de Pemex, El Monumento a la Revolución, El Ángel.

No sé, intento decirle que tenemos historia, que sí hemos hecho cosas de las cuales podemos estar orgullosos. Que nos quedan los valores y la valentía. Que si ahuyentamos el derrotismo, tendremos un futuro como país.

No quiero que él sienta lo que yo cuando releo los párrafos que escribió el gran José Joaquín hace ya 25 años:

“En el principio era una fecha: 1968. Los jóvenes se encontraron entonces con la súbita novedad de que el país era un desastre, que no podía estar peor. Varias generaciones habían crecido en una atmósfera de ira y resignación… Desde 1968 se habló de la crisis y de cómo salir de ella. En los años ochenta debimos aprender que "lo peor" y la crisis no siempre tocan fondo, que hay lo-peor-de-lo-peor y la-crisis-de-la-crisis.”

“Pero no hay un mañana que soñar. La inconformidad carece de proyectos: sencillamente denuncia, vitupera, estalla. Pareciera que en lo más oscuro del túnel no empieza a vislumbrarse luz alguna, sino más túnel… No es la primera vez en la historia nacional que después del túnel hay más túnel, y más túnel; por el contrario, las primaveras optimistas resultan excepcionales, breves y débiles. La hosca continuidad de la desesperanza, del cinismo, del pragmatismo bronco, del estancamiento civil. La ciega cultura del miedo”


(Publicado en La Opinión Milenio. Domingo 01 de Agosto 2010)

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