domingo, 7 de marzo de 2010
El puto limón
En su Tragicomedia Mexicana, José Agustín hace la crónica de “El puto limón”. Frase que según esta desenfadada trilogía literaria, utilizaba José López Portillo cuando, como Secretario de Hacienda, era llamado a Los Pinos por el entonces presidente Luis Echeverría.
¡El Presidente no mea! Exclamaba López Portillo después de 14 horas de multitudinarias reuniones, donde lo mismo se hablaba de apoyar con nuevos subsidios al cultivo nacional del limón, que de los supremos derechos y deberes de los entonces tan cacareados países tercermundistas.
Hastiados de la retorica, vendrían las exigencias sociales para tener gobiernos menos discursivos y mas ejecutivos, degenerando luego en políticos de febriles activismos gerenciales, en ruidosos aleteos de pajarracos que nunca avanzaron centímetros, en voluntariosos lideres de cabeza hueca, en carismas escenográficos que solo alcanzan para el mitin, o para el spot de galletitas televisivas.
Creo que, salvo contadas excepciones, nuestro país perdió una generación de políticos-políticos, de ideólogos bien plantados en la reflexión, y con el amoblaje intelectual necesario, de hombres de Estado.
Estoy hablando de los Reyes Heroles del PRI, de los Castillo Peraza del PAN, de los Sánchez Navarro en la iniciativa privada, de los Gutiérrez Barrios en la inteligencia gubernamental, de los Muñoz Ledo en la joven tribuna parlamentaria, de los Sepúlveda Amor en la diplomacia internacional.
Hoy, y como dicen los viejos curas de pueblo: “el problema de quien no cree en Dios, es que se le anda hincando a cualquiera”, andamos abrevando en historias de oropel, donde, a decir de comentaristas económicos de teclado veloz, México debe copiarle a Brasil, o a España, o a Corea, llenándose la boca con el supuesto ejemplo de países que en la montaña rusa del capital global especulativo, amanecen ricos para acostarse miserables.
Afortunadamente, a nivel municipal, estatal, y nacional, viene arribando una nueva generación de políticos. Jóvenes que ya asistieron al funeral de suficientes utopías. Jóvenes que no sufren de encuestitis, sino que resuelven problemas, dialogan, responden, concilian, y dan la cara.
Políticos que en la mitad de sus treinta, y en el inicio de sus cuarenta, saben que la política-política, la eficaz y la verdadera, la que construye instituciones; es un arte sumamente complejo; de ideología, de rumbo, de discurso, de destino, de estudio, de cambios y de reformas, de cohesión en el tejido social, de plan y de estrategia.
No la política de Robert McNamara, aquel Secretario de Defensa estadounidense que pensó que ganaría en el vietcong llevando puntual estadística de cadáveres, ignorando así el honor y el orgullo ancestral del pueblo vietnamita.
No la política del funcionario que ve un menesteroso y solamente corre a registrarlo en algún tecnocrático programa de asistencialismo, sino que ahí mismo saca 40 pesos de su bolsillo, y se los da para que pueda comer algo desde ya.
No aquella política del funcionario que termina por convertirse en el rutinario socialité oposicionista de las ocho columnas locales.
(Publicado en La Opinión Milenio. Domingo 7 de Marzo de 2010)
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