lunes, 25 de octubre de 2010
Con vista al mar
Lo he hecho en Saltillo y en Monterrey. Hace unas semanas también en Pachuca, siempre en ciudades tierra adentro. Disfruto el desconcierto, ese bucle mental que causa mi respuesta.
Llego al mostrador de registro en el hotel, y cuando pomposamente me preguntan qué tipo de reservación tengo… Impertérrito respondo que tengo confirmada una habitación con vista al mar.
He tenido respuestas de todo pelaje, la ultima deliciosa: Señor, en este hotel “no manejamos” mar.
Pero bueno, hoy quiero escribir sobre Neruda, Hemingway, y Sabines. Una enorme cita para tres capitanes de la poesía y de la narrativa marina.
Neruda sigue viviendo frente al mar. Como en vida lo hizo y lo pidió: Compañeros, enterradme en Isla Negra frente al mar que conozco, a cada área rugosa de piedras y de olas que mis ojos perdidos no volverán a ver.
En “Confieso que he vivido” su libro de memorias, se confiesa malacólogo. Coleccionista de caracoles y de conchas marinas. Más de quince mil provenientes de los mares del sur, de China, de las costas de Cuba, de México, y de España, Filipinas, Japón, y el Mar Báltico.
La poesía de Neruda es tierna y salobre. Proveniente no de un bucanero, (Como lo fueron Joseph Conrad y Herman Melville, ambos miembros de la marina mercante en su juventud) sino de un amoroso observador:
Inclinado en las tardes echo mis tristes redes a ese mar que sacude tus ojos oceánicos
Padre mar, ya sabemos cómo te llamas, todas las gaviotas reparten tu nombre en las arenas: ahora, pórtate bien, no sacudas tus crines, no amenaces a nadie, no rompas contra el cielo tu bella dentadura…
Sabines se decía peatón, más que poeta. Lo escuche leer sus poemas desde una silla de ruedas. “Fuimos al mar. ¡Qué miedo tuve y qué alegría! Es un enorme animal inquieto. Golpea y sopla, se enfurece, se calma, siempre asusta. Parece que nos mirara desde dentro, desde lo hondo, con muchos ojos, con ojos iguales a los que tenemos en el corazón para mirar de lejos o en la oscuridad”
Y este inolvidable: “En las playas del pueblo sentí que era sencillo, enormemente sencillo, amar”
Hemingway es rudo. Dedicó su vida a esa fina orfebrería que algunos hombres eligen: La construcción del mito propio.
Para mí, y mas allá de Por Quién Doblan las Campanas, de Adiós a las Armas, de El Viejo y el Mar, del Pulitzer o del Nobel; Hemingway es ese hombre curtido por la guerra y por el sol, quien con una vieja gorra de marinero y un mojito en su mano derecha, resignado contempla como se le escapa la tarde y la vida en La Habana.
Viejo… Te abrazo y te escucho cuando me dices: “El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”
(Publicado en La Opinión Milenio. Domingo 24 de Octubre de 2010)
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