domingo, 11 de julio de 2010
Porque tú lo vales
No, no se equivoca. Es la frase con la cual L’Oréal introdujo su tinte en el mercado americano. Una historia interesante, o por lo menos entretenida. Hacia mediados del siglo XX las mujeres irrumpieron en el mercado de trabajo, lucharon por su emancipación social, consiguieron el voto, y gastaron millones de dólares para teñirse el pelo.
Pero fue Clairol quien cambio aquel cavernario paradigma de hace 50 años, donde una mujer con cabellera teñida forzosamente tendría una moralidad dudosa.
Así las cosas, el primer comercial televisivo de esta compañía (hacia los años 60’s) tuvo que mostrar a una dulce ama de casa preparando la cena, mientras una voz en off preguntaba sobre su cabello: ¿Lo hace o no lo hace?
En su ensayo “Rubias, un viaje por la modificación del Yo”, el antropólogo Grant McCracken afirma que existe una tabla periódica de las rubias. Desde la explosiva Marilyn Monroe, la radiante Goldie Hawn, la descarada Candice Bergen, la peligrosa Sharon Stone, la inocente Doris Day, hasta la fría Marlene Dietrich.
Pero bueno, como me cuento entre esos muchos hombres que no ostentan algún doctorado en mujeres, y difícilmente podría presumir soltura para hablar de, o incluso con, rubias, trigueñas, y pelirrojas, es hora de aterrizar en el más reciente libro de Malcom Gladwell. Editado por Taurus, su titulo es “Lo que vio el perro y otras aventuras”.
Para quienes han leído a Gladwell las recomendaciones sobran. Para quienes no, solo apuntar que es un autor que desentraña fenómenos sociales contemporáneos armado con una artillería de inteligentes preguntas y originales abordajes. Después de presentar argumentos producto de una investigación extensa y puntillosa, nos sorprende y nos asombra con la frescura, con la agudeza de sus conclusiones.
Gladwell nos muestra los entretelones de la industria cosmética sí. Pero también nos lleva a cuestionar, por ejemplo, si la famosa quiebra de Enron fue explícitamente un engaño, porque a diferencia de los enigmas, donde la información es opaca por culpa del emisor, este caso puede calificarse como misterio, pues tiene más que ver con la ignorancia o pereza del receptor.
Vale recordar que los informes anuales de Enron eran apretados volúmenes de 20,000 cuartillas, donde los detalles financieros acerca de sus 3,000 compañías subsidiarias, más que ser escasos, eran abrumadores.
Curioso que ninguno de los miles de inversionistas que luego se llamaron engañados, se haya percatado que desde 1998 un grupo de seis estudiantes de contabilidad en la Universidad de Cornell puso en la primera hoja de su tesis final sobre Enron el lapidario título de “Vendan sus acciones”.
¿Recuerda usted los programas de ventas por televisión? Aquellos donde las operadoras nos están esperando y el llame ahora se repite cual mantra budista. Gladwell nos introduce a este curioso mundo, de la mano de la historia de la familia Popeil.
Cuatro generaciones de inventores de artefactos para el hogar. Pero sobre todo, sagaces vendedores ambulantes. Geniales merolicos que desde la humildad de las ferias de pueblo pasaron a la riqueza que proporciona poseer un canal de televisión que ha vendido un millón de dólares por hora, en aparatos para ser delgado, exprimidores de fruta, parrillas para asado, y planchas mágicas.
No cometeré la imprudencia de decirle porque el libro se llama Lo que vio el perro… pero si le invito a comprobar cuan divertido es descubrirlo.
(Publicado en La Opinión Milenio. Domingo 11 de Julio de 2010)
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